Qué raro todo. Un dos de agosto y amanecer a las nueve en la cama. Recibir una foto de mi hija mayor desayunando con mis padres. Poder leer el periódico, escuchar las noticias y no preocuparme demasiado por la humedad y el calor que parece que va a hacer hoy y que condicionan tanto los productos con los que trabajamos en nuestro oficio.

Son algunas de las cosas inusuales con las que nos hemos encontrado después de tomar la decisión de cerrar, por precaución, unos días el Horno El Puente. Hasta que todos nos hemos hecho las pruebas del COVID y comprobar que podemos trabajar con total garantía y seguridad.

Desde la nueva perspectiva que me ha dado este descanso improvisado observo cómo estos días Chiva va a cámara lenta. El calor, la mascarilla, lo que hemos pasado y la incertidumbre constante, han situado nuestros niveles de emoción a temperaturas bajo cero.

El año pasado, el dos de agosto era viernes, y comenzaba el primer fin de semana de nuestro mes de fiestas. En el resto del mundo no había noticias destacables: viernes de operación salida, incremento del alquiler de los pisos y poco más.

Justo en estos días, hace un año, nos encontrábamos preparando y cerrando los encargos para las tardes en los que se enseña el traje de las clavarias y clavarios de Agosto.

¿Vendrá mucha gente? ¿se quedarán a merendar? ¿haré corto? ¿sobrará todo?… son las dudas más frecuentes que surgen. Y al final, esas bandejas “con un poco de dulce y un poco de salao”, suelen llegar a la cocina con apenas unas miguitas y si acaso “el de la vergüenza”, porque esa visita de un “ratico” se convierte en merienda… la merienda en cena… y la cena en resopón.

El traje es la excusa. Lo que hay es ganas de juntarse, de celebrar, de compartir mesa, risas, comida y alguna copa. Y si se puede empezar el 10 de agosto, mejor que el 15.

Y así andábamos en estos días el año pasado y el resto de años: con preparativos, encargos, calor, mucha calor y mucha rosquilleta del toro. Mirando también, que los días de Torico caían fin de semana y que iba a ver mucha gente, como así fue. Y con la ilusión añadida de que Blanca y Miriam eran clavarias de Agosto. Este año no sólo iba a ser trabajo: participamos de la fiesta de forma muy cercana.

Agosto es un mes intenso en Chiva. Muy intenso. Quien no lo ha vivido es difícil que pueda entenderlo. Tanto para los que están al otro lado del mostrador o de la barra, celebrando las fiestas, como los que estamos delante.

Hoy es dos de agosto de 2020 y supongo que muchos habréis comenzado las vacaciones. Unas vacaciones diferentes, descafeinadas.

En casa tenemos poco plan, por no decir ninguno. Hasta que Teresa no terminase su aislamiento hemos estado con ella, haciéndole compañía desde la distancia, pululando por sus alrededores, con limpieza a fondo y algún cambio de muebles.

Qué vulnerables que somos los seres humanos. Nos creemos que el mundo es nuestro, que todo es para siempre.

Que agosto, en Chiva, por supuesto.

Y de repente, sin entender muy bien lo que está pasando, todo cambia y nos damos cuenta de que no somos dueños de nada. Ni siquiera de nuestro tiempo.

Mi tía es una escritora maravillosa. Mi afición por la lectura y el desahogo en la letras creo que lo heredé de ella. Muchos días en los que hemos estado en casa me ha dejado cosas por la ventana. Canelones, cuentos para Teresa (escritos por ella), reflexiones y algún recorte de sus libros preferidos. En uno de ellos con rotulador verde subrayaba esta frase “madurar supone dejar de creerse víctima de las circunstancias”. Tiene razón. El victimismo no conduce a nada; por lo menos a nada bueno.

Creo que hay que saber encontrar en cualquier situación que se escapa de nuestro control, una oportunidad para crecer, para reflexionar, para mejorar. Nosotros por ejemplo, de este pequeño paréntesis que hemos hecho en el horno sólo hemos sacado cosas buenas.

Ya lo sabíamos pero hemos comprobado que nuestro equipo formado por Juan Antonio, Chelo, Norma, Héctor, Guada y Preet más que un equipo es una familia. Han entendido la situación y han sido extremadamente responsables. Esto, en los tiempos que corren, es muy de agradecer.

Nos han llamado compañeros de profesión, amigos y proveedores para ver si estábamos bien;  para preguntar cómo nos podían ayudar, y para desmentir asustados algún bulo que por el aburrimiento y el calor… ha circulado por ahí.

Pero sobre todo, y lo que más nos ha emocionado ha sido la confianza y apoyo incondicional que nos ha llegado de nuestros clientes a través de mensajes, llamadas, whatsapps…

Por eso estas palabras; este desahogo a modo de escrito en un dos de agosto, no es más que una excusa para daros las gracias de verdad. Como de verdad ha sido el cariño que hemos recibido.

María Teresa Sánchez Margós.